Así que para la higiene mental y el conveniente descanso de los más variopintos agobios, Ud. va y omite, durante algunas jornadas, la masoquista asistencia espectadora de los telediarios (y, en términos generales, toda la estólida cuando no infecta programación de la "tele"), dedicándose a otros menesteres de índole bucólica y doméstica como regar el jardín -- voluntario y frecuente empeño --, repartir esporádicos trocitos de pan que, sobre todo en las tres primeras horas de la mañana, devoran encantados los pequeños pájaros del vecindario; preparar el vistoso desayuno; ahuyentar curiosos gatos no solicitados ni de la casa; releer a Cela, Umbral, Salvador Pániker y sus galantes, lucidas cenas de mundanas celebridades y frivolidades; dormir algo mejor, contagiado de la amorosa compañía...
y cuando indaga con tanta cautela como imprudencia temeraria la marcha del mundo, se encuentra con que los espurios bufones horteras de la prepotencia, los venenosos envenenados, los observadores marinados en su mala ralea, toda la mancha de los cabrones sigue ahí, procurando incansables echar a perder lo que queda de la vida. Que, por lo que parece, no habrá lejía bastante en la Galaxia para quitar tantísima porquería.
¡Pues qué bien!
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