En los atónitos ojos de la víctima hubo horror, infinito pánico, pero también reconocimiento, una como tardía comprobación de alguna remota certidumbre: si le hubiese dado tiempo a expresar la idea, la habría oído decir que, en el fondo, siempre lo creyó capaz de aquello. Pero el tajo fue rápido, profundo, dictada su eficacia por el instinto y azuzada su saña por el rencor, la desesperación, la venganza ante el despojo injusto y cruel pretendido y que, de ese modo, ya no podría llegar a consumarse.
Lo roció todo con gasolina.
Mientras quemaba las zapatillas, los guantes de goma, la camiseta, el pantalón (todo su atuendo de puntual ejecutor) en una cubeta metálica para cenizas de chimenea que, fechas antes, había comprado en la ferretería de la rotonda, le sobrevino la primera basca y vomitó el alcohol abundante, ingerido para darse el valor que podría haberle faltado. El revuelto líquido salió a impulsos, a latidos, con un movimiento no muy diferente del de la sangre en el cuello de la mujer, ya sin vida. Con movimiento similar al de las mareas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario