Las gigantescas y depredadoras ratas empresariales de las que, como es corriente, no cabe esperar conducta alguna próxima a la consideración ni al respeto, van arrinconándonos, persiguiéndonos, resueltos a eliminarnos de la vida real.
Pronto, en el METRO de Madrid, se desmontarán las cabinas expendedoras residuales y no habrá ya empleados a los que comprar los billetes. Fijo que los cibernéticos ejecutivos (en el Virreinato de Nueva Granada, origen de la actual Colombia, a esas pandas ya las llamaban "hijueputivos", décadas atrás) al mando de la cosa han acuñado una vistosa fórmula en inglés de diseño, para nombrar el arbitrario decreto: "No tickets for seniors".
De manera que, danzad, danzad, malditos, o a matacaballo digerimos los mecanismos de las cabronas "maquinitas" o que nos vayan dando.
Con lo que es sospechosa disposición -- y luego se verá que inefable recochineo --, dicen que los hasta ahora taquilleros/as, en vez de ser despedidos, impelidos al llanto y crujir de dientes del paro, pasarán a orientar y enseñar a los usuarios sobre cómo tendrán que apañárselas de ahora en adelante. Los veremos/no los veremos en anecdóticas y escasamente testimoniales ocasiones, oficiando su abstrusa pedagogía entre los desorientados y defenestrados proscritos que "semos" los clásicos, retrógrados, aunque religiosamente paganos, ninguneados viajeros.
Sostienen las antedichas ratas que la "vida real" es lo de ahora y sólo eso.
¡Que Alá confunda a estos genocidas!
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