Como Ulises a los cantos de las sirenas, acudí a ti, presuroso, resuelto, seducido de antemano, sin conocer todavía el alcance y la influencia que aquella madrugada sembraría en mi memoria; declinando otra hospitalidad cuyo atractivo, en ese instante de arrebato, juzgué menor al lado del incendio apasionado que iba a vivir descubriéndote.
Y porque los asuntos familiares gravitaban sobre mi conducta (por increíble que pueda parecer), salí de tu casa, allá por el Paseo de Extremadura, y te vi salir, con tu corto atuendo de verano, camino de la piscina, con las mismas tres horas de insomnio compartido que me concedió tu paraíso aquella primera vez.
Por la Nal. IV volví a la playa, luchando con el sueño, pero con la huella imborrable de tu carne, tus caricias, tus besos, que ya empezaban a dictarme todo lo que por ti llevo escrito.
Para mí tengo que es verdad lo que dicen de la memoria selectiva.
Mi memoria selectiva es un tanto masoquista.
ResponderEliminarLa tuya, para tu ventura, es gratificante.