Entre San Ildefonso y Monesterio hay un gran trecho. Y lo sabía. Y además emprendió el viaje con la niebla espesa de finales de enero y la no menos densa de las vivencias recientes, que de modo inevitable remitían a hondos recuerdos, a lugares, a tiempos que no eran todos lejanos.
Desistió sin esfuerzo, o por comodidad, de dos o tres iniciativas: casi había olvidado la intención en esas jornadas, lo que no dejó de sorprenderlo, cuando al regreso -- sólo al regreso -- le fueron viniendo a la mente.
No obstante algún objetivo pudo cumplir, encontrando respuesta en históricas y firmes lealtades. El más importante, un decidido apoyo a un proyecto que, cuesta arriba y todo, si se llega a lograr, supondría... pero dejemos eso. Dicen que las anticipaciones "gafan". Así que...
Sobre las dos de la tarde, detuvo la escucha de Vanesa. Y haciendo un alto, repuso fuerzas con una sartén de migas extremeñas, en la Antigua Venta del Culebrín. Porque, a Dios rogando y con el mazo dando.
La playa, en orden. Y tarea por medio. Está bien.
Conste, feligreses, que os echo de menos. En serio.
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