En verdad que, con el paso del tiempo, ha habido gran
mudanza de usos y costumbres.
Que yo todavía alcancé a ver (y lo recuerdo) el cortejo
engalanado que por la misma calle Feria en Sevilla (por la que circulaban
tranvías parsimoniosos y en la cual hacían su número ambulante ocasionales
gitanos con cabra o mono amaestrados) iba llevando a unos y otros finados a su
"última morada": las carrozas negras medio rococós y los caballos
enjaezados con gualdrapas y fúnebres penachos, etc.
Que decíamos "un entierro, un entierro", porque
aquello tenía su impresionante carácter solemne y espectacular de retablo
barroco, y había que salir al balcón.
Ahora no, ahora se llevan sobre todo los vehículos serios,
de buena gama, preferentemente de la prestigiosa marca alemana de la estrella,
que se ve que los deudos consideran un detalle decente no escatimar en lujos de
última hora.
En fin, alcaldesa, esa hora última que nos aguarda y que nos
cierra el grifo de repente o poco a poco; pero de la que no nos escapamos,
"oyes".
Yo hago recuento y cada vez veo más hojas caídas. Y me viene
un escalofrío que nada tiene, te lo juro, de caloret.
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