Con un recobrado y no arrogante respeto por ti mismo -- 20 Kgs. menos y ni una gota de alcohol --, te has sentado en un café de la calle Columela, junto a la Plaza del Palillero, esperando la conocida prueba de los cables, que te harán en una clínica frente a Santa María de la Piedad.
Recuerdos de Fernando, que a buen seguro tuvo el experto ojo avizor que calibraba las desplegadas velas de los barcos, las olas de la mar, el vaivén suntuoso de las hermosas mujeres de este Sur.
(Ahora fuman casi todas, incluso Irene dice que se tiene planteado dejar el cigarrillo cuando cumpla los treinta; y todas tienen móviles, esa epidemia con la que tuviste poco roce, porque eran otros y buenos tiempos.)
Fernando muerto, la vida sigue y algunos -- muchos -- ya te van olvidando. Y eso que eras un faro.
¿Cómo será con los de a pie, con los que sólo aspiramos con inmodestia a modestos discípulos tuyos?
Me encantan estos escritos, como los 2 últimos, que destilan ese elegante aire nostálgico. Será que uno también se está haciendo muy mayor.
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