Había querido llamar. Desde los tiempos en los que el compromiso familiar se lo impidiera, y durante años, el deseo de aquella mujer permanecía insistente en el recuerdo.
Rondó varias veces su casa con un latente y postergado enardecimiento. En dos ocasiones casualmente se encontraron: una, en el tráfico; otra, en un centro comercial. Con años por medio.
La mujer cambió una vez de teléfono, aunque él supo ingeniárselas para localizarla, y llegaron a hablar, acaso entreviendo, intuyendo ella con alguna oculta sorpresa los motivos de la disimulada atención de él.
Y un suceso muy posterior, que la televisión divulgó profusamente, le dio al hombre el pretexto que necesitaba para llamarla de nuevo.
Después de los detalles, supo las noticias de su salud, de su silla de ruedas.
Y entonces lamentó su indecisión; lo estremeció la certidumbre del tiempo desperdiciado, de las inutilizadas expectativas, del silencio que mantuviera y que correspondía ahora imponer a la antigua pasión, a los sueños, a la imaginación que no tendría ya recorrido posible, y que sólo había llegado a glosar en una página de uno de sus libros.
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