Un hecho admirable ha venido a corroborar nuestra aseveración del Hipocampo de ayer, acerca de la influencia femenina:
el mozo, de carácter poco revoltoso, sin llegar a ser para nada taciturno, había ido madurando, en la práctica de una conducta bastante coherente y funcional, con visos de naciente independencia y con aficiones gastronómicas elementales aunque no desprovistas de criterio.
Por lo demás, lidiaba juiciosamente con sus estudios en un país nórdico, cuyo clima lo ponía a salvo de que fuera jamás a faltarle "un verano", que otras locuciones dicen "un hervor".
Su aceptable apostura, recientemente realzada por una barba de estética casi musulmana, se mantenía en buena forma, dada su afición por los deportes.
Y ahí ocurrió lo inesperado, la influencia femenina: por las trazas enamorado de la joven que dobla los manteles con el método de suspensión en el aire por mordisquillo, inicia su solidaria participación en las ensaladas y otros esotéricos y discutibles alimentos de índole vegetal, fenómeno que a sus deudos y parientes ha causado el natural estupor y que va dando pie a cábalas y prolijas controversias. Y el Hipocampo os asegura que esto no es un relato de ficción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario