Dicen ahora que hubo un tiempo feliz en el que ser "mileurista" (palabro por otra parte tirando a vulgar) todavía estaba al alcance de un cierto porcentaje de ciudadanos.
Y que desde luego, en nuestros días, aquello va sonando a leyenda propia de la Tabla Redonda y otras hermosas ensoñaciones.
A tal punto llega el desencanto que los sueldos precarios y "minimizados" causan en el ánimo de los mozos, que, por ejemplo, un casi sobrino político que tengo, más apuesto desde que se ha dejado crecer la barba, tras 3 o 4 años de demostrar capacidad y denuedo en la empresa que no ha considerado oportuno ir subiéndole la nómina, se independiza ahora y anda montando su propio tinglado profesional/personal por los predios de Villalba.
Y adivinen qué ocurre: de repente quieren mejorarlo de rango y honorarios ofreciéndole (sic) "el oro y el moro".
Dos interrogantes ad hoc: ¿por qué tanta desidia en reconocerle, y cotizarle, los méritos?
Y ¿en qué momento "el oro y el moro" será un decir políticamente incorrecto?
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