Un Chardonnay conmigo, nada menos que de Anna; un
beso dulce en la profunda y satinada paz entre tus senos (eso que los más
flamencos estudiosos de la anatomía llaman “canalillo”).
Algo de música, al fondo, suave.
No decidir, no exigirnos, no…
… porque ni tú ni yo somos la propiedad de nadie.
¿Un poco de jamón? ¿Ibérico? ¿Al horno? Y colines
crujientes, de modoso y educado acompañamiento.
¿Unos marron
glacés, más besos?
(¿Alguien diría que éstas son inoportunas
sugerencias, que quedan como anacrónicos, delicados deleites, cosas que ya “no
se llevan”?)
Si esto te hace feliz, adelante. Te deseo lo mejor. Pero a la reina de tú corazón, (si sigues pensándolo), le duelen mucho las cosas, sobre todo las coletillas, son innecesarias.
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