Desde la Venus de Willendorf (y antes)
hasta Papá Levante (y después), el mundo, la Historia, la especie transitan, o
se apañan, entre vaivenes y bandazos, siempre signados por el “eterno
femenino”.
Escalofriante plantearse siquiera un
catálogo apenas que, desde luego, habría de quedar insatisfactorio. Pero
síganme:
Nefertiti y Judith; María Magdalena; las
modelos que inspiraban a Fidias y Praxiteles; las intrigantes consortes de los
emperadores romanos; Brunekhilda, Juana de Arco, Verónica Franco; Paulina
Bonaparte y Mariana Pineda; Catalina, cómo no, de Rusia, Marilyn, anteayer, la
Mazagatos, en un descuido, la Cospedal, haciéndonos condonar sus tropezones,
marrones y laberintos, con su reciente corte de pelo y su bronceado guapo …
¿Y ahora resulta, Pantoja, racial y
abismal hembra de los profundos sures, que no sabías las cuentas galanas de
Julián?
¿Ni tú, Cristina, tan aséptica y
europresentable, con la añadidura heráldica de la noble estirpe, las facturas
de diseño de Iñaki?
¿Ni tú, suavona buenorra, rubiasca y
contestataria, (Tania, qué cosa, te dieron por nombre en el registro), la
cañería proleta que desaguaba fondos en cascada para los inventos de tu
espabilado hermano?
¿Cómo tan parecidas y tan diferentes?
¿De verdad os pareció que, lenta y todo, la Ley no iba a tocaros? ¿NUNCA?
¡Señor, Señor, las cosas que hemos
visto!
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