Porque los elusivos y los
acomplejados, los tunantes y los impropios siguen girando incansables, con las
torcidas manías del “este país”, y algunas otras, recupero aquí unas líneas del
archivo inédito, de un 2005 que, en algunas cosas, no parece haberse alejado.
Más España
Eso
ha dicho Bono. Y enseguida han saltado a descalificarlo los analistas políticos
que sabemos, tachándolo de frentista e inoportuno.
Pues
bien, cáfila de hipócritas y tramposos, los frentistas, los inoportunos, es
más, los que envenenadamente y primero están (con pretextos demasiado espurios
y pringosos y mirando a su exclusivo medro) declarando cosas inoportunas y
enconadas, son otros. Y a vosotros os corresponde el nombre de cómplices, cada
vez que decís tal, recomendando unos huidizos paños calientes cuya inutilidad
está más que vista.
Subleva
tener que aceptar que tanta gentuza indigna, tibia cuando le conviene, falsa
sin descanso, son mis paisanos. Aburre que tanto hideputa (seguimos con
Cervantes) histérico y disimulón pretenda vender embustes so capa de
seudoflexibilidades y “talantes” frívolamente seguidores de las modas progres
que no implican más que deslealtad y cobardía cuando no estricta ignorancia o,
peor, impresentable mala fe.
Cuando
tantos miserables, yendo a lo suyo de la más egoísta manera, permanentemente
están en el traidor entretenimiento de reventar, a la mínima ocasión, “este
país” (que por su esfuerzo merece otro trato) y en la desleal ocupación de
fomentar, para sacar tajada, las fáciles diferencias y los enfrentamientos entre
los ciudadanos; cuando tanto renegado se dedica a rebajar y trocear España, con
el pretexto de no se sabe qué presuntos derechos al separatismo y/o la
independencia, hablar de más España sólo es recuperar la cordura y la verdadera
proporción de las cosas. Y hay que tener muy mala condición para discutir esas (que no digo todas) palabras de
Bono, decentes, limpias de maquillaje políticamente correcto, incluso sobrias.
Poco
ha dicho el ministro en comparación con lo que impunemente y a diario gritan,
exigen, descaradamente sostienen los adictos al ruido, los nada desinteresados
ni solidarios protestantes siempre insatisfechos, los cuales, como una enfermedad
incurable e infecciosa echan a perder lo más esencial, lo mejor de nuestras
posibilidades de convivencia, lo mejor de nuestro, por cierto no sobrado,
altruismo.
A
ver si va a resultar que la bula para decir burradas se la adjudican unos
cuantos, mientras los demás no podremos llamar al pan, pan y al vino, vino,
condenada caterva de malnacidos.
(2015: se conoce que estaba
yo, naturalmente, menos cansado que ahora. Aunque me parezca que el meollo no
ha perdido mayor vigencia.)
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