No descubro nada que no sepan ya los buenos aficionados a
la lectura. Y que desconocen los infortunados que jamás se acercan a los
libros.
La elegancia natural y la fluida contundencia, el
magisterio extraordinario y el encanto de la imaginación. Podría seguir con los
elogios y no acabaría.
Me refiero a la prosa insuperable de García Márquez,
infinita de buenos ejemplos, y cuyos “Doce cuentos peregrinos” vuelvo a
repasar, después de siete años, con admiración y deleite crecientes. Con la
gratitud, con la suerte de sentir, como si se tratara de un imán, el ansia de
no soltar esas páginas hasta el final.
Supongo que mi abierta recomendación puede resultar
escasa de autoridad; pero anda sobrada de afición. Váyase lo uno por lo otro.
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