Demasiado andaluz para
adquirir, para digerir, el estilo de rock con que soñabas y que siempre se te
resistió en lo más auténtico, en una de tus crisis de identidad o de coherencia,
cediste con oportunismo a la tentación que te ofrecieron el italiano y el
argentino y te atreviste con Beethoven. Almibarados éxito y dinero fueron, no tan raro, el premio a tu
deserción.
Ahora, ahíto de poses,
veterano de exóticos resabios que siguen sin remitir lo suficiente como para no
pronunciar “pléyade” cambiando el acento fonético a la a, un mal momento, ya se sabe, lo tiene cualquiera, y después de
asistir a demasiadas manifestaciones y de respaldar, con más o menos convicción
o fingimiento, los lemas “progres” de las pancartas más protestantes,
pacifistas, antiyanquis y contestatarias, víctima aún del “periflú” anglosajón*
y del genuino seseo sureño, como la vida da muchas vueltas, quién te lo iba a
decir, no me extrañará que te reclames, que presumas de precursor/visionario,
por lo menos en lo que a himno ecuménico se refiere, y no pierdas la ocasión (que
los vigentes barandas seguramente te brindarán) de resucitar tu versión sin
mayor necesidad de pretextos, ya metidos en la harina dudosa, en las pantanosas
prosodia y sintaxis de ese mamotreto que en su día nos endilgaron como
Constitución Europea, lagarto, lagarto.
*A fuerza de pervertir tu
pronunciación, has terminado por parecerte a Jeanette o, si lo pefieres, a
Geraldine, que no corregirán las suyas así pasen eones.
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