(Una confidencia con margaritas delante.)
No siempre son detectables, comprensibles, los mecanismos
que condicionan y/o dirigen nuestras
conductas, nuestras actitudes, comportamientos, lo que sea.
Contemplé, y experimenté, su evolución, su transmutación
asombrosa y algo alarmante: vivía, ahora, como si sus circunstancias, sus
peripecias personales le concediesen una bula, el privilegio de
esperar, de exigir de los demás un tratamiento que siempre debía concederle una
clara ventaja, una casi sumisión del prójimo, rendido súbdito.
Parecía que la divisa de su escudo de armas hubiera
llegado a ser
“TODOS (vosotros) PARA UNO (yo)”.
Cuando la barra de progreso (¡fíjate, Almendrita!) de mi
decepción fue completada, cuando ya no cabía un desengaño más, cuando cada vez
fue más y más luminoso el hecho de que fumaba más, mucho más y follaba menos, mucho
menos, salí despavorido, definitivamente huyendo sin dar, ¿para qué?,
explicaciones.
Y, muy propio: sin ser yo el enemigo, su egoísmo y su
desentendimiento no dejaron de ofrecerme el tradicional, implícito, majestuoso
“puente de plata”.
Cuestión de estilos.