Por Internet hay gente que pomposamente “navega”. Y otros
que naufragan.
Adscrito al segundo de estos contingentes y, a mayor
abundamiento, neófito puede que incurable, el Hipocampo, que no es del todo
imprudente y no suele alejarse del acuario, en ocasiones se entretiene con la
observación de algún fino hilo en la trama de ese infinito tapiz; de alguna
reluciente tesela en el mosaico creciente, incesante de esa virtual torre de
Babel.
No creo que exista un instrumento musical más difícil y
más seductor, más traidor y, al tiempo, más sutil y capaz de los mejores
prodigios, cuando se halla en buenas manos y además revive y nos traslada la
sensibilidad, el arte, la superior inteligencia y el poder creador de un genio
como, digamos, Juan Sebastián Bach.
He tenido la suerte de tropezar, deambulando por los
intrincados laberintos del Plegablito, con Francisco García Fullana, con Lana
Trotovsek, con Anne-Sophie Mutter.
Desconozco su rango en el previsible escalafón. Pero
vayan aquí mi admiración y mi gratitud.
Y también, en rancho aparte, anda por ahí Tina S., de
pavorosas posibilidades. Me da que la especie está mutando.
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