A la luz indecisa de las velas, la Dama
de las Perlas es mi postre favorito para las noches de casi media luna.
(Ya sabéis que la luna es embustera: cuando parece una “C”, está en cuarto
menguante; cuando una “D”, en creciente.)
No ha importado que hoy sea la víspera
de un esperanzador día de lluvia y que las nubes que la acercan oscurezcan
mucho este cielo más que azul y ancho sobre el mar, estos magníficos dones para
la vista cuya pérdida lloraremos cuando se acabe el tiempo.
Porque esta noche, en el porche de los
encantos resplandece, como un regalo precioso que la vida me hace, la hermosura
de mi princesa.
Luego será el mojarnos entre risas con
la graciosa espuma inocente que da el Norte; luego, el gozo de los cuerpos
enlazados, el ingreso de la más honda cópula, la siembra dócilmente aceptada.
Las miradas interminables.
La madrugada aún, que nos aguarda para
otra vez amarnos en un desvelo apenas de los sueños.
Cuando mañana se inaugure el domingo,
veremos entre abrazos las señales de esta dulce noche que quedaron dormidas
sobre las sillas.
Y diré: Vamos, amor, a desayunar.
Qué no daría por ser tu princesa por una noche y compartir a la mañana el desayuno contigo...
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