De antemano declaro mi sencillez, mi condición de
aficionado a secas, aunque tal expresión pueda sonar a bromista juego de
palabras.
Lejos de mí la ambición y la jactancia (de los
prepotentes “entendidos”, de los poderosos de cartera interminable, de los
sabios y especialistas) que acaso me habrían estorbado en mi laboriosa
adscripción al hábito de degustar los variados líquidos que los dioses (y la
evolución inteligente y sensible de los viticultores) nos han ido concediendo
como dones del paladar, como luces maravillosas que nos hiciesen volar, flotar
hasta el sueño de una noche de verano.
En este sendero de admiraciones, de gozos, de encuentros,
y consciente de la infinita serie de vinos que desconozco y con los que jamás
tendré la dicha de mojarme los labios, descubro por casualidad y por primera
vez un Cune, un Cvne blanco y nada lujoso, en cuya etiqueta se nos informa de
que la vendimia es manual y la uva, principalmente Viura.
Su 12% de volumen de alcohol no nos inquieta y con el
arte necesario llegamos a la remota esquinita de dulce casi adolescente que se
inserta en su sabor, joven y cercano como el amor (“que se quite, que se
quite”) del sueño de aquella noche de verano de los años 80.
¡Salud!
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