Perseverancia, insistencia, obstinación.
Ya no sabe qué palabra medirá mejor el propósito,
encajará mejor para nombrarlo. (Porque ahí se le fue siempre parte considerable
de la energía: en las palabras. Leerlas, averiguar su significado y luego, sus
segundas intenciones, deleitarse con su sonido e ir aplicándolas para intentar
comprender; para explicarse. Como si eso le importara a la gente.)
Se ha impuesto una caminata diaria, nada heroico, no
tanto por “prescripción facultativa” sino porque la báscula señaló una cifra
que ya le ha parecido inasumible.
El nombre de un “chalet”: la Noche.
Un anuncio: Depilación por cera fría.
¿Cómo será eso? Va intentando distraerse del ominoso
aburrimiento, ya que no le corroen el ánimo pretensiones soberanistas, ambiciones
financieras, los vaivenes de la liga.
Ahora ha refrescado bastante, se nota a esa hora
temprana, pero a mitad del recorrido ya va sudando, sensación que le resulta
detestable. Odia el calor; el aire acondicionado es con mucho su
electrodoméstico favorito. También vale decir predilecto.
Y ahora, esto. Nunca le interesó deporte alguno ni entró
en lances físicos, fuera de los que atañen a los amores y que, con los años, han
ido remitiendo mucho.
Así que valiente ocurrencia, a una edad tan seria como la suya, ir andando deprisa por el arcén
y después por el paseo marítimo sin aparente necesidad, como si se hubiese
vuelto “majara”.
Piensa: “menudo aspecto absurdo e inexplicable debo tener
para cualquier desocupado que me vea en este trance”. Y eso que no está solo.
Se cruza con otros parias, lo adelantan (a él: él a los otros, casi nunca)
desconocidos que vagan como él, almas en pena condenadas al compartido
purgatorio de que hay que hacer ejercicio todos los días.
¿Hasta qué día, de qué mes, de qué año? ¿Acaso no saben
todos que el pulso, la apuesta están perdidos de antemano? ¿Qué sólo hacemos
fintas? ¿Qué es un “tente mientras cobro”?
A la vuelta, del mar a la tierra firme, o viceversa, la
mágica incidencia de la luz ha formado un arco iris gigantesco. Nunca vio otro
tan grande, tan magnífico. Alto y ancho, de colores marcados, ni que fuera la
cúpula del anfiteatro, la concha acústica donde interpreta sus conciertos la
extraordinaria orquesta sinfónica del cielo.
Bueno, la Providencia, que tanto vela por Aguirre, debe
haber premiado así el esfuerzo, la determinación
de hoy.
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