O sea, José Luís, que de buena tinta sabías lo del 3% y
que te dijeron que no, que era todavía más, que era el 5%, y te lo callaste,
cachondito tú, como el cazurrón rústico que siempre pareciste, como el
maestrote rural y un poco resabiado que nada y guarda la ropa, en caso
necesario, mientras se infla con las soflamas ecuménicas, las propagandas
progresistas, las consignas igualitarias e iconoclastas que tanto os gusta
aparentar, en espera de que el Destino os proporcione la ocasión de tener la
sartén y el mango.
Recuerdo cómo te encabronabas cuando en Radio Nacional
(la de España, ¿vale?), Antonio Jiménez, con su natural aunque no muy fuerte
acento andaluz y su, a tu lado, modesta falta de picardía, intentaba aplacar tu
rabia y complacerte porque bramabas de furia al haberte llamado, en amistosa
entrevista, José Luís, y tú, con tu emperre de toda la vida, que el pobre
Antonio no conseguía casi nada mucho mejor que un Yosé Yuí, y eso, poniéndose
en apuradísimo trance y funambulista, comprometido esfuerzo de pronunciación.
Seguro que, todo este tiempo que hibernaste en tu más o
menos discreta caverna (tú sabrás por qué te ha convenido algo de sombra), no
te ha redimido de tus poco contenidas, hondas cóleras de rebelde protestón.
En alguna página antigua ya señalé, a tu propósito, lo disparatado
y de ancho embudo que es reclamar rigurosas, excluyentes e intolerantes raíces
si no se está dispuesto a todo; si no se admite, por ejemplo, que Josep, puede
que no sea apenas otra cosa que la consecuencia derivada y pequeñita del Josué
bíblico, o quién sabe de qué otro nombre aún más remoto, triturado por los
traductores a lo largo de los milenios.
Anda ya, Pepe.
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