Con el despertador a las 6:45 de la mañana, la facción
veterana inició los arduos prolegómenos, no sin antes detenerse, indesmayables
románticos, en la contemplación algo demorada de una luna llena, amarilla y en
trance de hundirse en el mar. (Agosto tiene sus magias.)
A poco, surgió el bólido, como un relámpago repentino,
centella con orejas casi provocando un sobresalto. Y enseguida, la joven
políglota.
Hechos los saludos de ordenanza, y ya en formación de
escuadrilla escalonada, los dos varones algo (casi nada) delante y las chicas
charlando como incansables cotillas, a continuación, describieron el itinerario
de rigor sin incidentes negativos. Culminado el ejercicio, y con dosis varias
de calores, se concedieron una tregua preparatoria.
Porque, sobre mediodía, se proyecta una insuperable tortilla
de patatas, unos lomitos ibéricos con champiñón salteado y helado de chocolate,
solo o “bautizado”, aquí hay plena libertad de expresión.
Sin omitir las “margaritas” previas ni el chicharrón de Chiclana.
Que Dios reparta suerte.
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