Sabemos todos la resignación cristiana, la paciencia
infinita y la impotencia irremediable con las que andamos sometidos a la
singular frescura, al desahogo y a la conducta monopolística y abusiva que,
como espectaculares satrapías, ejercen contra nosotros las compañías
suministradoras y similares.
Hoy venían a cortarme el agua. Según las primeras
indagaciones, el recibo correspondiente de mayo fue devuelto por el banco en
que figura domiciliado; y por segunda vez, en julio. Tiene este asunto toda la
pinta de un error (de quien coño sea, que no mío) en las farragosas
numeraciones, referencias, códigos y leches que manejan estas digitalizadísimas
entidades, tan eficaces como inteligentes y atentas con la clientela que
sostiene y sufraga sus andamios.
Y no es, como bellacamente sostendrán, que me enviaran aviso
previo con 15 días de plazo. Porque un aviso que no se deposita en alguno de
los DOS buzones que permanentemente ofrezco y que además, en caso de haberse
cursado, carecería de acuse de recibo firmado por mí, es una cagadita aunque la
ley, como de costumbre, dé patente de corso a estos peces grandes para que nos
coman a los chicos con la más completa impunidad.
Mañana, si Dios quiere, tendré que ser yo, el interesado,
quien procure enderezar el entuerto ocasionado por otros.
Al Hipocampo (que precisa agua permanente en su acuario y
por la cual siempre paga con religiosidad extrema todo lo que, incluso
arbitrariamente, se le viene exigiendo) le gustaría que las compañías
suministradoras, en vez de cobardes y prepotentes parapetos inaccesibles y
fullerías blindadas, diesen una cara de cuya madre poder decir la máxima
palabrota, con todos los respetos y la precisión gramatical del caso.
¿A que se me nota la satisfacción y el buen humor?
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