Ya te digo.
Tengo aquí, con la costumbre que añaden los 24 años de
esta casa, varias señales que me lo recuerdan.
Una, preferente (lagarto, lagarto: a fuerza de manosear
las palabras, cuando las pervierten los artífices de las estafas, los
sinvergüenzas cum laude, algunas
terminan por asustarnos), el desplazamiento, respecto al islote del faro, de
los ocasos, del sol. Que este verano, que se habrá ido en un suspiro, en un
inocente traspié, en un descuido, ya va retrocediendo de nuevo para situarse
con ceremoniosa puntualidad enfrente de estas terrazas, allá por noviembre.
Eso, si queremos, es una suerte de saludo o de homenaje;
a decir verdad, se trata de una coincidencia, de la impasible danza del astro,
de las obstinadas, aunque armoniosas, órbitas de nuestro planeta.
Aquí seguimos. Cuando remita, el próximo mes, la
inevitable invasión anual, y todo sosiegue, estaremos a dos pasos de ponerle el
cierre a 2014.
Y no, no falta tanto; se va en un vuelo.
De momento, para cuando vengas, acabo de poner la
lavadora, con ese pijama mío del que te apropias y que, quedándote grande y
todo, no consigue quitarle encanto a tu cintura, a tus caderas.
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