Todo es llegar a la Villa y Corte (Foro, para los
castizos; Madrid, para los universitarios y otros estratos menores de la multitud
estudiantil “formidablemente preparada”), y sumergirse de inmediato en la
actividad intensa, en la absorta observación de cómo una mente intrépida,
secundada por una importante cantidad de energía (que sólo “ha parado” un poco,
según la predicción que hiciera Doña Carmen), va abriéndose implacable paso e
imponiendo el dominio sobre los desperfectos del gresite.
Habrá quien diga que hay surrealismo en la escena; o
minimalismo estructural, como el de las casas gélidas e invivibles como blancos
y sosos mausoleos, diseñados por Joaquín Torres (ese curioso ser que ha visto
cómo crece exponencialmente su fama, al participar en el ágora selectísima de
Telecinco, con el grito tribal, la sacra invocación del “no lo rompas, no lo
rompas”).
Mas la atenta mirada percibe el detalle, el matiz, la
pequeña sorpresa resplandeciente: en el hondo fragor del epicentro del
bricolaje, permanecen incólumes, desafiando los avatares y los imponderables,
se diría que enfrentando con audacia las más encrespadas olas de cada galerna,
dos sucintas perlas que adornan los lóbulos extraordinariamente femeninos de
Lady Taladro.
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