Claro y lejano a la vez.
Así le llega el sonido que un viento corto y lento, a
rachas, trae hasta los jardines, simétricos, a la moda siempre influyente de
Francia, con las fuentes de aguas y surtidores helados, con las esculturas en
mármol que representan santos, héroes, antepasados ilustres cuyas gestas el
padre riguroso (cada vez más distante y encerrado en sí mismo, desde su viudez)
la obligó a aprender detalladamente.
El sonido. En la voz bronca, antigua de los campesinos,
repitiendo a través de los siglos las notas, las palabras que acaso condensan
sentimientos hondos, viejas historias que las canciones se encargan de
recordar.
La copiosa nevada seguirá, durará meses.
En la Rusia Imperial, ¿transcurre el tiempo?
¿Por qué, entonces, no llegan las cartas? Claro, con la
guerra los caminos todavía son más imposibles.
Lejos de la ciudad, en su palacio alto, de fachadas
azules y blancas que coronan las cúpulas doradas con sus cruces ortodoxas,
orientales, la hija única y adolescente del Duque favorito, mano derecha del
Zar (a quien Dios guarde), siente pasar el tiempo.
Siente el ansia también, de no tener noticias de las
personas que más importan a su corazón: noticias del vizconde Alejandro, que es
su enamorado y, militar en el frente, cumple con su deber y su patria… (qué horror,
si algo le sucediera.)
Noticias de la tía Julita y de su prima Elizabeth en
Londres, de la que sabe que pasa penas de amor por un profesor de música que no
le corresponde.
Luego está el otro joven, el agregado de la Embajada de
España, quien ya estuvo de visita, en alguna ocasión anterior, para tratar
graves asuntos de estado con el Duque-padre, y que vendrá de nuevo, la próxima
semana.
Luis de nombre, es de noble familia, de una pequeña ciudad
que llaman Puente Genil, en la remota Andalucía. La duquesita y él consiguen
entenderse en francés y, algo peor, en ruso. Con su acento inverosímil,
pedregoso*, el joven español
disimulará el galope de su corazón y le dirá, irónico, para hacerla reír:
“Mucho invierno para ti, Marga”.
*(Él cuenta una anécdota: su madre, señora de abolengo y
de patricia elegancia, no sin humor lo llama con cariño el “intérprete de los
pavos”.)
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