Como un dandy veterano que incluyera en su heráldica la
experiencia de una larga vida y el perfume de cierta moderada ironía, Arturo
Fernández, en sus apariciones por televisión, viene diciéndonos unas cuantas
verdades (mezcladas con algún apunte provocador) de ésas que no toleran los
progres y los izquierdosos y que el “pensamiento único” de moda califica de
abominables.
Pero resulta que este hombre sabe lo que está diciendo,
sabe que es nadador contra corriente, cosa gallarda y viril, y con sus
contundentes opiniones descoloca e irrita a más de cuatro tertulianos e
interlocutores (seguramente muy deudores de los anchos pesebres sociatas, quizá
anestesiados con el jaboncillo del lavado de cerebro) que intentan
contradecirlo con las típicas, aburridoras y desacreditadas consignas de
siempre.
La torpeza y la ignorancia, los complejos y la cazurra y
aviesa carencia de sentido del humor procuran darle dentelladas.
Y me da que este actorazo, comediante de fuste, está
hecho como de esa cota de malla que utilizan los submarinistas que trajinan con
tiburones.
Guinda de la tarta, si lo que se dice es cierto, su padre
fue anarquista; seguramente uno fetén, de aquéllos probablemente muy superiores
a la caterva de saldo que se nutre hoy con seudodemócratas de plástico “de los
chinos”.
Para notar que se cabalga, no hay nada como el ruido envidioso
que hacen las rabietas y los ladridos. Este gijonés de pro, “español por los cuatro costados”, lo
sobrelleva con valiente y ejemplar dignidad.
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