Porque ayer escribí aquí que todos tenemos un precio, un
colega me llamó por teléfono, arrebatado por el huracán de la indignación, el
amor propio (suyo, de él), el rígido y temerario estiramiento de “para nada te
consiento” y “yo no me vendo”.
Primero me asombró su llamada, que no me tienen
acostumbrado quienes me conocen a que marquen mi número, consecuentes con el
parco o nulo interés que les despierto.
Luego de unos minutos, ya me iba escuchando.
La palabra precio incluye más de cuatro entendidos, significados, matices,
posibilidades. Le dije que bien podría ser el precio de una “miss” un coqueto
chalet, una cantidad generosa de dinerito al mes, unas joyas, unos abrigos de
piel para el crudo frío invernal; que un ambicioso del éxito comercial en la
literatura podría aplicarse a sí mismo el precio de escribir chorradas, con tal
de que tuviesen la repercusión y el “boom” deseado. Que el precio de algunos
deportistas eximios había tenido mucho que ver con las drogas que van en el
dopaje; que el papel ansiado en el reparto cinematográfico, se da por sentado
que con ominosa frecuencia hay que pagarlo con complacientes sesiones de amores
tan fingidos como sucedáneos.
Que mi propio precio podría situarse entre docenas y
docenas de tentaciones (muy variadas: ¿un Morgan Aeromax, un Zimmer, acaso un
Bugatti Veyron? O bien, ¿un AC Cobra, un Jaguar XJ 220?)
Le sugerí alguna otra variedad de lo que puede ser el
precio de cualquiera: la amenaza de muerte de una persona que amamos. Eso lo
saben bien los narcotraficantes, los terroristas, los simples secuestradores de
a pie.
Las mayorías, las multitudes ingentes, numerosas como
arenas del desierto, vienen siendo más o menos compradas también con esa
inmensa falacia del estado del bienestar que, aparte de sonar como redundante,
es lo que nos han inventado (aunque no se sostendrá ni con las trampas
acumulándose) para que nos vayamos conformando con algunas migajas, sin llegar
a armarla del todo; así, los listos pueden seguir con sus desaforados
latrocinios, con sus permanentes saqueos.
En caso de duda, acoger la sosegada, incluso
parsimoniosa, reflexión inteligente, el cauteloso y prudente paso de los pies
de plomo, la consulta fértil y laboriosa en el María Moliner, tanto si viene
como si no, de patagio.
Me pareció que mi colega se quedaba dándole vueltas.
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