De los ecologistas y su desigual
criterio a la hora de las exigencias, ya se ha hablado aquí (un libro en
proceso que me da que no se publicará) antes, y de cómo ejercen un discontinuo
y excéntrico piar, depende de lo importantes que se les antojen los asuntos.
Pues bien, parece que algo, mucho, se
han quejado también de esas altas hélices que, con diseño industrial, se van
instalando por nuestras regiones de mucho viento para extraer de éste impulso
traducible en energía (eólica, vaya).
Fuera de la respetable, aunque fácil,
evocación cervantina, que ya añade encanto, las dichas hélices, altas, blancas,
semejan con su movimiento un elegante ballet mecánico, producen poco ruido y,
por lo gratis del viento, más rendimiento benéfico que perjuicio.*
Por lo visto hay dos objeciones
principales (que omiten curiosamente la escasez de energía, la abundancia de
contaminaciones y residuos, etc.):
1ª) la estética, que es radicalmente
subjetiva, ya han leído Uds. el ejemplo en el párrafo precedente, y que podría
argüirse en cualquier dirección desde que el “arte” abstracto y sus abyectas y
numerosas secuelas nos dejaron el patio dislocado y hecho unos zorros.
2ª) la salvaguarda pueril de no sé
cuántos pájaros despistados que, mientras jamás chocan con los árboles y otros
obstáculos naturales, se estrellarían, con imprudencia y confianza
inverosímiles, contra las hélices y sus soportes, no avisándoles – qué raro –
su instinto ante cosa que luce aspecto tan artificial, pavoroso, descomunal y soberbio.
Luego está la horda que con beligerancia
burlona la ha emprendido contra el uso de los calcetines blancos.
Es tal el estupor que causa esa cruzada
racista a la inversa que poco puede decirse de su propósito, como no sea que es
la manía más arbitraria, absurda, gratuita y antidemocrática que hemos visto de
un tiempo acá.
Los fundadores y seguidores de dicha
cofradía resultan más patéticos que ridículos erigiéndose en jueces del buen
gusto, la elegancia y otros conceptos tan elásticos como relativocambiantes, y
probablemente debieran pasar por alguna consulta psiquiátrica que les
diagnosticase la correspondiente patología.
Otra cosa es que se esté desocupado y
con ganas de incordiar, pero es mucha la pachanga que anida en el corazón de estas
dos extrañas animadversiones.
*Aunque hay un penosísimo
detalle: resulta que la instalación de esas hélices se viene cursando con la
ayuda, gravosa siempre, de las subvenciones, con frecuencia concedidas de modo
algo inquietante, posiblemente favoritista, a según qué privilegiados; y que a
todos nos embelesan las energías limpias pero nos dan vértigo sus lacerantes
repercusiones en la obligatoria factura de la luz.
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