sábado, 26 de mayo de 2018

Artilugios

Aunque es eléctrica, y ahí se ve naturalmente el relativo grado de servidumbre que hasta los clásicos debemos a la tecnología, no tiene mi tostadora el aire desafiante, misterioso, de cápsula interplanetaria y futurista (o "presentista" ya) que otras que se exhiben con gallarda ufanía en los establecimientos del ramo de los electrodomésticos y otras pingües maravillas.
Rectangular, con la parrilla a cielo abierto que ha de dorar las caras alternativas (el haz y el envés) del pan, incorpora un cable de corriente y un botón o rueda minimalista que determina el encendido de las "resistencias" y el tiempo de duración, otrosí marcado por una suerte de tic-tac de reloj cuya evolución finaliza noblemente con jubiloso y claro timbre de parada, similar al de la bicicleta de Irene. Su comportamiento la capacita para piezas de diverso grosor, incluidos molletes y croissants, etc.
Y no dejaré de citar su otro componente, de elegante y funcional cometido: la bandejita del fondo, aluminio pulido y extraíble, que en ocasiones hace viajar mi fantasía, zángana y trivial, con la evocación de la guillotina o de la plancha con la que conspicuos prestidigitadores fingen la cruel sección de un ayudante o "ayudanta" quien, por lo general (aunque se han dado casos), aparece al final con su entera, triunfante, ilesa integridad. 

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