martes, 16 de enero de 2018

Cuerda creciente

Conscientes de la contundencia de su aspecto, que no es la más inofensiva de sus "armas de mujer", los responsables (directores, productores) le van encargando papeles de enérgica y arrasadora sabihonda capaz de fulminar a cualquiera que se le ponga a tiro, con sus implacables designios y maniobras.
De ese modo, la Chastain, doña Jessica, se abre paso en el cine contemporáneo y mayormente norteamericano, bordando sus personajes con un primor de acero inoxidable y de un frío polar que no podrían combatir ni las prendas de fibra más eficaces de "DECATLÓS", y dejando un halo de brillante peligro alrededor suyo de ella.
En "El juego de Molly" (que nuestros más bobalicones cosmopolitas no renunciarán a traducir como "Mollys' game"), insiste en ese diapasón pulverizando con engañoso, satinado y resuelto método cuanto obstáculo se le cruza, aunque la salvan puntualmente de su soberbia un estricto y asombroso sentido ético y la escena en que Kevin Costner, a la sazón su padre exigentísimo en el film, tiene con ella una sesión de recíprocas clarificaciones y urgente revisión psicoanalítica o así.
Con la dispuesta suficiencia con la que gestiona y se repone de las más sañudas palizas de la mafia de turno, y el desfile suntuoso del vestuario, la organización de alto nivel de las timbas, selecto bar incluido, no dudamos de que a la Molly/Chastain le queda cuerda creciente y dará mucho de sí.

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