sábado, 18 de noviembre de 2017

Enemistades ominosas

Desde el primer momento supe que entre nosotros sólo podría darse una (cuando menos, larvada) enemistad, como los hechos demostrarían pronto.
No me gustó su mirada desafiante, y el carácter mutuo de la desconfianza quedó patente cuando intentó escapar, a pesar de lo reducido del espacio y de su condición tersa y pulida que iba a hacer más difícil todavía cualquier amago de camuflaje.
Por mi parte, no contribuía a mi tranquilidad su casi frenética carrera ni tampoco que su cuerpo fuese de tamaño menor que el de una lenteja. Así que pasé a la acción de inmediato, con la intrépida determinación que suele templar el ánimo de los más avezados aventureros y exploradores de cualquier selva amazónica que se precie y, emulando a los antidisturbios y sus mangueras a presión, abrí a tope el grifo, cuyo decidido caudal ha debido llevarse (por los laberintos infinitos y kafkianos de las alcantarillas) el inundado cadáver de la araña que sorprendí en el fregadero, a mi regreso a casa, después de unos días de viaje.
Ahora, los latidos de mi alterado pulso van estabilizándose, con la conciencia del deber cumplido y del restablecimiento del orden democrático en las instituciones...  

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