lunes, 25 de septiembre de 2017

El filtro

El atávico y tan compartido terror por los reptiles y similares lo avisó de inmediato.
Entrevió la forma, ágil, rauda y que, aunque mínima, le recordó como un relámpago de la memoria la imagen del alevín del Octavo Pasajero, la maligna y viciosa criatura que, en su veloz movilidad (y en otros venenosos retorcimientos), ya presagiaba lo peor.
Fue cuando iba a abrir el balcón del dormitorio, antes de dar el paseo matinal que durante los últimos veinte días, con más pereza que cargo de conciencia, había ido aplazando.
Pensó: "no puede ser; está la malla nueva." Y al instante lo tranquilizó la fuga hacia la terraza del fallido intruso, de la cría de salamanquesa que ahora no podía ya penetrar las férreas defensas inexpugnables, el filtro mágico, la obra de artesanía elaborada y minuciosa que unas manos hábiles y una fértil iniciativa han instalado este verano para su euroconfort.

No tuvo necesidad de aproximar entre sí las orejas para que la distendida y victoriosa sonrisa se expandiera cumplidamente de una a otra. Y con satisfecho júbilo y descansado ánimo profirió su anatema en dirección al insolente enemigo en fuga:
-- ¡Que te den!
 

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