jueves, 8 de octubre de 2015

Anteayer

por una razón que no indagué, la Guardia Civil de carretera, con sobrios y corteses gestos, nos desviaba a los viajeros en un tramo de la autovía de Extremadura y por la clásica Nal.V tuve que recorrer, al cabo de tantos años, el veterano puerto de Miravete.
Fuera de lo deteriorado que se encuentra el firme y de la desolación de los lugares, ahora abandonados, en los que otrora se hacían paradas más o menos preceptivas de descanso, quedan las curvas cerradísimas a 30 por hora y las vistas impresionantes que ya no recordaba.
Quienes hicieron durante años las giras, las galas, los músicos que, en furgonetas o automóviles sin aire acondicionado, pasábamos semanas de verano viajando, seguramente conocen ese puerto.
Y acaso entenderán el pellizco de leve nostalgia, la sensación de "volver al lugar del crimen", el peso inexorable del Tiempo que motivan ahora el breve, y quizá hondo, apunte de este blog.

Luego, no me detuve a curiosear las Harley, cerca de Mérida; y ya en el Sur, fui recobrando el paisaje templado, las torres de pueblerina arrogancia del Palmar de Troya, las salinas y, llegando a casa, la espuma, el olor, el sonido del vecino océano.
Qué gustazo, "oyes". 

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