jueves, 17 de septiembre de 2015

Un aforismo clásico

Las personas, pocas, que de muy cerca lo conocían, ya habían observado, de toda la vida, su inveterada costumbre de lavarse con frecuencia las manos. Con facilidad, de 15 a 20 veces de promedio diario, que no estaba nada mal, sobre todo teniendo en cuenta sus actividades sencillas, parsimoniosas, y que muy poco podían ensuciarlo.
No faltaría quien reputase aquel hábito suyo como manía; y claro que, al aflorar aquel detalle de su conducta en la entrevista correspondiente, el "especialista" lo miró de hito en hito y, con discreta sagacidad, seguramente comenzó de inmediato a tipificar, encuadrar, amoldar tal peculiaridad para que, encajando con los métodos preestablecidos, pudiese servir de pauta orientadora para el tratamiento a seguir.
Ahí fue cuando el visitante/paciente, "oliéndose la tostada", le desarmó el silogismo al decirle:
Quiero que sepa que mi padre y su hermana, tía mía adoratriz, fueron célebres en sus respectivas épocas y entornos, por practicar idéntico entusiasmo.
Porque, como él solía decir, con frase que algo tenía de divisa o de consigna, "el aseo en la persona muchos bienes proporciona".
Fueron dignos de ver:
El desconcierto casi indisimulable del doctor.
La íntima, recóndita y aun emboscada sonrisa del paciente.   

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