viernes, 24 de julio de 2015

Una incidencia trastornadora



A pesar de honrarme en tener un sobrino entomólogo, por los pagos de Utrera, mi rechazo, mi irrefrenable repulsión por los “bichos” no pueden ser mayores.
Y hoy, los Hados que no perdonan se han cebado conmigo cuando, al descorrer la cortina de la ducha, listo para el cotidiano remojón, una araña insolente, invasora, carente de toda invitación preceptiva y aun posible, pendía de su hilo, conectado con desfachatez a un punto que no me demoré en averiguar.
Poseído al instante por un espíritu relativamente valeroso, algo en la línea de Indiana Jones, descolgué con rapidez la “alcachofa” y, dando todo el caudal al agua corriente, repelí la absurda y no solicitada presencia que se fue por el desagüe y ojalá no pare hasta LOS antípodas. (No lo voy a repetir, ¿vale?)
Los maliciosos, los intrigantes urdirán la elemental calumnia de interpretar tal aparición como resultado de unos usos acaso parcos de las instalaciones y delicias del cuarto de baño; y se harán inmediatos acreedores a mi desdén, dignos condenados por mis conciliares anatemas.
Los que me conocen y, más todavía, “las”, darán fe de mis hábitos con el agua y el gel, con la colonia nocturna que cierra el protocolo precursor del sueño, con el champú que ha acariciado a diario todo este pelo de oso polar.

¿Una araña en la ducha? ¡Vade retro!

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