martes, 14 de julio de 2015

Laura Antonelli



Tanto ruido de noticias hay, que perdemos algunas, que nos llegan con semanas de retraso.
Si existieron los pulsos de hermosura, no perdió ninguno. Y ahora la seductora, la divina Laura de “Divina criatura”, después de años de trágico deterioro, de tenebrosa y dolorosa decadencia, ha llegado al final.
Que, en la guerra a muerte con la muerte, seamos todos y siempre los vencidos, por más que lo sepamos, no impide que nos quede, de cualquier modo, un resto de irritada, de rabiosa impotencia.
Un resto inútil. Una suerte de frenesí inverso y extraordinariamente molesto, no sé si me explico. Porque se nos decide esta existencia, de condena incluida, sin darnos siquiera la elección.
Metidos en esa harina represora, casi da el doble de coraje que solamente tengamos, como deleitosa anestesia, el recuerdo y las imágenes de una suntuosa e inquietante belleza como fue la de Antonelli.
La copiosa legión de los resignados suelen tirar del colofón descanse en paz. No sé de qué sirve a nadie; me suena vacío, casi la jodida burla estúpida de una no asumida desesperación.

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