viernes, 24 de abril de 2015

La reina de Noruega



Ya más de un año sin gustar el caballero los dulces pezones que lo enamoraron. Y aun así, suspendida en su actitud suavemente hierática (o bobamente ida), casi de lenta cobra, esa mujer lo mira con detenimiento, recto a los ojos, y después sonríe, con floreciente complacencia prometedora, bien conocemos los resabios, las mañas femeninas.
No es joven ya el caballero, ni la deseada y augusta dama, si a eso vamos, y cuenta en el alma más cicatrices que las del cuerpo; espera con más cansancio que paciencia, el siguiente paso de la danza, no dando nada por sentado, no descartando nada tampoco.
¿Es eso la experiencia, lo que la vida, incluso en el medievo, enseña?
Sabemos ahora que otra vez, una noche de música, una tarde de brisas, la reina ligeramente, luego con creciente intensidad, posará su sexo en los labios del caballero, tal como él le ha dicho, en un aparte íntimo, y permanecerá así hasta culminar el placer, acariciada, besada, destilando su amoroso zumo, ya quisieran el néctar y la ambrosía...
Verdaderamente inversión artística, palatina de palacios y paladares, flor que toma el mando de la abeja/zángano, escrito sea por varonil condición que no por perezoso comportamiento.

Son cosas de la Corte, apasionados idilios que nos cuentan, hasta con mentiras, los antiguos, solemnes tapices de inverosímiles museos.

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