domingo, 5 de abril de 2015

¿Cómo te diría?



Demasiado andaluz para adquirir, para digerir, el estilo de rock con que soñabas y que siempre se te resistió en lo más auténtico, en una de tus crisis de identidad o de coherencia, cediste con oportunismo a la tentación que te ofrecieron el italiano y el argentino y te atreviste con Beethoven. Almibarados éxito y  dinero fueron, no tan raro, el premio a tu deserción.

Ahora, ahíto de poses, veterano de exóticos resabios que siguen sin remitir lo suficiente como para no pronunciar “pléyade” cambiando el acento fonético a la a, un mal momento, ya se sabe, lo tiene cualquiera, y después de asistir a demasiadas manifestaciones y de respaldar, con más o menos convicción o fingimiento, los lemas “progres” de las pancartas más protestantes, pacifistas, antiyanquis y contestatarias, víctima aún del “periflú” anglosajón* y del genuino seseo sureño, como la vida da muchas vueltas, quién te lo iba a decir, no me extrañará que te reclames, que presumas de precursor/visionario, por lo menos en lo que a himno ecuménico se refiere, y no pierdas la ocasión (que los vigentes barandas seguramente te brindarán) de resucitar tu versión sin mayor necesidad de pretextos, ya metidos en la harina dudosa, en las pantanosas prosodia y sintaxis de ese mamotreto que en su día nos endilgaron como Constitución Europea, lagarto, lagarto.    

*A fuerza de pervertir tu pronunciación, has terminado por parecerte a Jeanette o, si lo pefieres, a Geraldine, que no corregirán las suyas así pasen eones. 

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