miércoles, 4 de marzo de 2015

No lo abraces así



quedándote,
demorando
el roce y el contacto de los cuerpos
más segundos, más momentos
de los que, por lo común, implican la costumbre,
el uso social.
¿Eres así con todos?¿No percibes
el efecto turbador
que esa ternura y esa languidez
libanesa, andaluza, de ya no sé dónde,
imprimen, marcan en la piel,
en el ánimo
de ese hombre
que tan escaso anduvo siempre
de que lo quisieran?
(¡Con todo lo que él amó!)

No me hagas caso. Y sigue
abrazándolo así.
Él no va a contártelo
probablemente nunca,
pero ese detalle tuyo
mantiene vivos,
en lo más sensible de su corazón,
los eclipses de luna,
los poemas del viejo califato,
los deseos interminables y
el sueño de una noche de verano,
extraviada entre “las Mil y una”,
que todavía bendice con su encanto
la esencia,
el itinerario en el que divagan
el Principito de Saint-Exupéry
y el Mago en la torre cerrada a cal y canto
de aquel cantar en prosa,
de aquella doliente leyenda que hizo nacer
a Merselada,
hija de una inverificable diosa de las naranjas.

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