domingo, 18 de enero de 2015

Papa Francisco



Desde su nombramiento, en el correspondiente Cónclave, como director de la orquesta católica, este argentino, insólito por lo no retórico, se ha distinguido por una llaneza, por una sencillez en las palabras y en los gestos que venía siendo muy bien recibida por el público.
Ahora ha señalado, a su manera, algo que con modestia el Hipocampo dejó apuntado en el blog algunas fechas atrás, y que mucha gente comparte y también ha manifestado en distintas ocasiones: el cachondeo sin tasa, el encarnizamiento burlón, el escarnio insolente contra las religiones (con lo que éstas tienen de creencias y sentimientos) son improcedente ofensa, por mucho que en determinados círculos se hayan extendido como oficio y como forma de medrar a dentelladas.
Los más frenéticos, los más histéricos de esa libertad de expresión que raya en libertinaje, incluso los más obstinados/obcecados, saben de lo que Francisco les habla. Y si el asunto no fuera, además del brillito atrevido de las “diversiones ingeniosas”, una fuente de dinero, si no fueran tan fáciles el morbo y las bajunas risotadas que espolean las irreverencias, si los espectadores de todas las épocas no hubieran comprado con fruición la sátira y el despelleje generales, algunos se dedicarían a otra cosa y tendrían que reducir la hipócrita demagogia con la que debaten como enfurecidos “paladines” de la democracia.
Las “soluciones” a tiros no son de recibo. Pero con nuestros enfoques particulares hemos resuelto unilateralmente que las ofensas se reclaman sólo en los tribunales. Y tal como vemos funcionar a los tribunales…
Además de que, insistimos, ese criterio no compromete a los que “no aprueban el juego ni sus reglas”. Porque, entre otros detalles, les son ajenos.
Y porque, incluso si estuviese inspirado sólo por los mejores propósitos, el empeño de Occidente en ser imitado/obedecido, no deja de ser también un complejo de superioridad ejercido con insensata estupidez.

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