sábado, 8 de noviembre de 2014

San Francisco de Paula: el Colegio de la excelencia en Sevilla



Como un admirable animal mitológico o como un ser orgánico que fuera extendiendo sus miembros, moviendo sus tentáculos de Kraken máximo, el edificio del Colegio ha ido creciendo desde dentro, ampliándose, proliferando hasta convertirse en un copioso laberinto de pasillos y corredores, rampas y escaleras que, hacia arriba y hacia abajo, conducen a patios, desembocan en aulas, laboratorios, bibliotecas, salones de diversas aplicaciones docentes…
Así que Ud. se acuerda de Borges, o de la masonería, o del Minotauro, a poco que suelte la fantasía.
Anoche, una docena de alumnos veteranos (alguna barba blanca de apóstol de la escudería del Greco o Zurbarán, algún mostacho de mosquetero de la Compañía de Trèville) recordábamos en el Colegio durante varias horas un montón de señales hondas, de detalles, de nombres de los profesores de cuando entonces, que eran gente ilustrada, sabia, cabal y que nos hicieron para siempre sus agradecidos deudores. Desde la dirección que compartían hace más de medio siglo los hermanos Rey Guerrero, San Francisco de Paula, como siempre en su larga historia, sigue elaborando sus extraordinarias enseñanzas, su alto ejemplo, en la misma calle de la monja antes sor y luego santa. Ahora, después de otro Don Luis Rey imposible de mejorar, el hijo homónimo es el joven e inteligente conductor de este poderoso, incluso misterioso, y siempre luminoso por lo sevillano, Nautilus incomparable.
Para mí, los tres Luises y el José son un privilegio que me gustará merecer de por vida.

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