domingo, 31 de agosto de 2014

La rumba catalana



No se alarmen. No me refiero a otras cosas.
Ahora que, superada la peligrosa opción de la salmonelosis que los hongos del aire acondicionado casi pudieron inferirme, y cuando quedo expuesto al solo botulismo de las latas de atún en aceite, bien que de oliva, puede ser el momento de reflexionar, y muy por encima, sobre la rumba catalana, andaluza, madrileña o japonesa.
Opinión meramente subjetiva (de rudos injertos está empedrado el infierno), y con la consideración que sus aficionados merezcan, este invento híbrido no pasa mi ITV. Ni flamenco de verdad ni salsa auténtica de los trópicos, más parece un antojo casual urdido por caprichosos eclécticos de la “fusión”, variedad vuelta osadísima de tuerca.
Que haya cundido el ejemplo y que respalde el fenómeno una extensión considerable de la audiencia y del respetable no desmiente, en sí, el aserto anterior.
En la cofradía constan militantes diversos: incursores tan esporádicos como excepcionales y dignos (Serrat y Sabina); “malditos” de lustre (Gato Pérez, Kiko Veneno), ruidos mezclados con alguna nuez; las demás, y numerosas, agrupaciones de alto poder de convocatoria que barrieron los veranos durante décadas y que tuvimos que asumir con la misma resignación dolorosa que dedicamos a Georgie Dann, a Phil Collins o, años atrás, a Jim Morrison.
Soy elástico: puedo disfrutar desde Sting a Joao Gilberto, desde Malicorne al Cigala, desde Clapton y Christina Aguilera a Miriam Makeba y Aznavour. Desde la noruega Berger a la inverosímil Rihanna, etc., etc.
Dicen que Peret se molestaba cuando oía que a aquello le decían “rumbita”. Seguramente por lo que el diminutivo tenía de benévolo certificado de género menor, de subgénero, apropiado desde luego para verbenas y juergas con cachondeíto incorporado. Pero ni la reciente muerte de este cantor, pontífice de la rumba y gran figura del espectáculo, y por tanto acreedor de fúnebres ditirambos de actualidad y de himnos elegíacos en su honor (achilipúes, borriquitos, lágrimas cayendo en la arena), modifican mi contrito balance de la rumba esa.
“Detrás vendrá quien bueno te hará”, reza el refrán, profetizando el suplicio (para nuestro frágil, tambaleante y asustadizo equilibrio emocional) que, desde supuestos “estéticos” muy diferentes, ahora plantean Auryn y Gemeliers, y hasta los cuales no podría extenderme ni en las situaciones de la más pertinaz sequía. 

2 comentarios:

  1. Todo lo que uno oye es fusión. El filtro, supongo, es función del feeling que a uno le produce lo que escucha y quien lo hace.
    Peret usó y abusó de los "spanish" estereotipos y acabó como acabó. Pero claro, los españolitos somos como somos.
    Cada vez soy más escéptico y creo que en música, la frontera entre calidad y la basura no es algo nada definido. A mí no se me ocurriría meter en el saco de los "brasas" a Jim Morrison. No me le imagino departiendo en el purgatorio con Georgie Dann

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  2. No sé si me imagino o no a Jim Morrison y a Georgie Dann departiendo en parte alguna. Sí que me los imagino compartiendo peluquero. Por otro lado, sí que creo que la Rumba española ha producido un artista mayor, del tamaño de Edith Piaf, que llenó el estilo de odio, negrura y desaforamiento 100% hispano. Se llamaba Bambino.

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