sábado, 16 de agosto de 2014

¿La fuerza del Destino?



Como era de prever, la temida aunque comprensible deserción del componente joven que tomaba parte en las expediciones cotidianas, se había producido pocas jornadas antes.
Y no obstante, el tándem veterano perseveraba con inédita determinación, sin permitir que el incidente mermase con singular desánimo la energía y la cosa.
El Hipocampo y lady Taladro insistían.
Para hacer (o intentarlo) menos rutinario el recorrido, fueron poniendo en práctica algunos recursos tirando a frívolos e inútiles, pero que podían motivar alguna risa, siempre de agradecer. Y así, examinando rostros, actitudes, prendas de vestir, de los pocos seres en apariencia humanos que a tan tempranas, o tardías, horas circulan por las calles, les iban inventando alguna pincelada biográfica, mientras los clasificaban en dos bandos principales: el de los que se habían levantado pronto (“al que madruga, Dios le ayuda”) y el de los que, posiblemente más ateos, iban intentando recogerse después de alguna noche larga y toledana y pasablemente infructuosa.
Conque fueron surgiendo algún trío de desvanecidas “lolitas”, algún cuarteto de “jóvenes promesas”, de mozos que podrían participar en San Fermín; el típico ciclista modelo hormiga atómica, el sesudo caballero empeñado en perder los numerosos kilos sobrantes, la señora absorta en el mar y el teléfono móvil…
Las vieron, ambas fumando, sentadas en un parapeto de las pérgolas, al cabo de la primera pista. Un aura de complicidad íntima en sus gestos y la deshora, y el Hipocampo aventuró:
“Son sáficas”.
Cuando pasaron cerca de ellas, las miraron con discreto y casi jubiloso asombro: vestían sendas camisetas, en suaves tonos pastel, con una orla impresa en cuyo centro rezaba, en letras de caligrafía hippie: María y Amaranta.

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