jueves, 28 de agosto de 2014

Entretenimiento (1ª parte)



Algo solemne, algo ufano de su empaque dorado y monumental, contempla el salón desde la consola en la que rige el paso del tiempo, la contabilidad puntualísima de las horas.
Está orgulloso de su fina maquinaria, del ingenioso laberinto de orfebrería y precisión suizas que con leve, casi inaudible sonido cumple implacable la tarea. Y, claro está, de su apariencia aristocrática de señorón, de diplomático, de quizá noble aupado por el Corso Emperador a los más enjundiosos entorchados del mariscalato, a las sedosas y níveas plumas del bicornio con el que habría coronado su influencia en los gobiernos, el aura espléndida de su poder.
Aislado en una urna/cúpula de fino vidrio, reitera con elegante laboriosidad el giro alternativo del eje que sostiene cuatro esferas, mientras su rostro nacarado e incrustado de pequeñas circonitas (que él sueña genuinos diamantes, y que se afirma entre las cuatro columnitas de labrado fuste) es un medallón que surcan las dos flechas, las dos agujas, cada una a su concertado compás, desgranando los instantes de cada jornada.
Admite la consistencia de su paradoja vital: se desliza en el tiempo, aunque anclado como un navío ornamental en Santander.
Cree que nada habrá de perturbarlo. No sabe lo que ya, mañana mismo, como mañana, si Dios quiere, contaremos, trastornará su vida.  

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