viernes, 25 de julio de 2014

La economía del libre mercado



es la orgía esa mediante la cual, por ejemplo, dos o tres compañías eléctricas, comportándose en la práctica como un monopolio salvaje y descarado aunque hipócrita, nos subirán ya (otra vez, y van…) el precio de la luz y pasarán a cuchillo a las organizaciones para la defensa del indefenso consumidor, a los consumidores en sí mismos y al lucero del alba, con el consentimiento impávido del ministro del ramo, de apellido Soria. Los que vengan después, así se llamen Segovia, Ávila, Valladolid o Palencia, previsiblemente tampoco funcionarán (funcionarios) como debieran, con eficacia y diligencia en la atención a los ciudadanos quienes, no se olvide, pagamos entre todos su sueldo y todo lo demás (inversiones, gastos, malgastos, derroches) que se ventila en nuestro Estado del medioestar.
Ese infame truco del libre mercado tiene ribetes sainetescos: en la calle de atrás de mi calle, como otros veranos, abre un local pequeño, con ese estilo un poco arrebatacapas de la “tienda del olvido”, propia de castizos, y no tanto, barrios, a pesar de la sentimental bisutería de tal nombre.
He entrado un par de veces. Hoy salí de allí sin comprar, con la taquicardia de ver a 0´80 “leuros” la lata de la chispa de la vida que anda en 0´56 por doquier (y ya es criminal abuso).
Quizá el libre mercado sea un mamoneo contra el que nada podemos nosotros, los que constituimos el frágil plancton, el infinito aunque menudo pienso de los grandes y olímpicos depredadores, ballenas y así.

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