jueves, 24 de julio de 2014

Algo habrá que hacer



Desde su trono predilecto, tallado en roca, contempló la dirección del estandarte que ondeaba (grifo bicéfalo y coronado, oro sobre azul) y lo animó comprobar que el viento misericordioso de poniente mitigaría hoy los sádicos rigores de julio.
Así que volvió a considerar por enésima vez la conveniencia de, al menos, andar. Los años acumulándose, la afición por la buena mesa y la bodega, y cierta vida de molicie, de hábitos más reposados que algunos tequilas, habían ido produciendo una panza prominente que, a pesar de repartir su volumen en la estatura de 1.80 metros, lo dejaban fuera de cualquier posibilidad de hacer publicidad de trajes de baño para caballeros.
Y puede que Calamaro, de verbo algo florido aunque no colorado, en algún punto de su cancionero dijese aquello de “sexy y barrigón”; pero esa era afirmación irónica o retórica, con la que la discrepancia no resultaba difícil.
Por otra parte, las diez horas de galope ensimismado sobre la libélula gigante, de regreso de la Villa y Corte, habían vuelto a darle tiempo para el análisis de la certidumbre.
Conque salió, 6´30 in the morning (de nada, anglófilos) e inició el itinerario ya abandonado otras veces.
Durante el trayecto fueron apagando las farolas del alumbrado público y pudo observar con mejor concentración las luces de tres barcos faenando; la giratoria y reconfortante del faro de Sancti Petri; las gaviotas sobre la arena, en busca de algo útil. Eso, de la banda del mar.
De la banda de tierra, las palmeras, las araucarias, la teja vieja de las casas blancas. La brigada de limpieza, con sus atuendos señalados en “amarillo stabilo”, limpiando las muestras sucias que los juerguistas callejeros dejan cada noche, cada madrugada. Dos bobitos mutantes, con la fotos inevitables de sus móviles, ya tan temprano. En fin.
Regresó al acuario personal. Separó puertas, cristales, ventiló según las insistentes recomendaciones de Maritere.
Se sentó a la mesa del porche y, antes incluso del soluble zorro de fuego, escribió estas palabras, medio engarzadas en el paseo, para servirlas a Vuesas Mercedes como un matinal desagravio por la desmesura de ayer; o como una tentadora fuente de croquetas de marisco.
De acuerdo que no confiaba gran cosa en los buenos propósitos. Es más, disimuló la risa solitaria cuando se observó al salir y depositar en el contenedor la botella vacía del malta escocés de ayer.
“Pero”, pensó, “algo habrá que hacer con esta tableta de chocolate que no tengo”.  

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