martes, 22 de abril de 2014

Un recuerdo inesperado



La media docena de veces que se aplicó a la tarea, no pudo dejar de acordarse de Eastwood en Alcatraz, obstinado y metódico, resuelto y rebelde, preso limando (barrotes o ladrillos, muros, estorbos de la índole que fueran) con determinación inquebrantable (ésta también es de las que te dije) y con tiempo interminable, para recobrar, a cualquier precio y con el resultado siempre en el aire, la libertad.
Ahora, Martes de Resurrección, había rematado el empeño y por pequeña que fuese la satisfacción, ahí estaba. Sobre todo porque se sabía hombre contemplativo, casi nada dispuesto al bricolaje ni a nada por el estilo.
Los ornamentos estaban preparados; a falta del cromado de los óvalos. “Esto es la obra del Escorial”, pensó. Casi seis años en julio y todavía andaba a vueltas con los detalles.
Le vino una palabra: perseverancia. Y un inesperado recuerdo.
De la época en la que vivió en Santiago de Compostela. Enseguida encontró la asociación mental que había elaborado en el rincón que fuese de la memoria:
La lima y su movimiento de vaivén.
El arco del violoncello que un estudiante pasaba y repasaba sobre las cuerdas, en el cuarto de al lado de aquella vetusta residencia.
Alguna amistad habían hecho; algunas confidencias intercambiaron, ambos Rodrigos soñadores y tirando a artistas.
De aquellos meses, hay un detalle para mañana, si Dios quiere.

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