martes, 15 de abril de 2014

Esperanza Aguirre, más dama, desde luego, que la otra



A ver, Aguirre: que llevo varios días pensándome si entro o no a la vorágine que probablemente te ha rodeado. Y quién seré yo, ¿verdad?
Con ese apellido (la Cólera de Dios, en el cine) y tus frecuentes gestos y pronunciamientos, desplantes lúcidos, declaraciones, todo eso, Esperanza, qué nombre ilusionante, los “sexagenarios”, como tú y como yo, nos habíamos agarrado al clavo ardiendo de que, en medio del erial de mediocridades anodinas que nos dirigen, tú eras otra cosa a la que con resignación (los tiempos son duros y de saldo) podríamos acogernos, del mal, el menos.
En ocasiones yo te he visto ejercer el desparpajo y el sentido común, lo cual siempre se agradece en el desierto.
Así que no deberías habernos fallado con ese pase tan tonto como innecesario que has protagonizado días atrás. ¿He pecado de optimista, y apuesto que no estoy solo, Aguirre, suponiendo que, contra tus ramplones correligionarios, no te dejarías abandonar de la lógica, de la sensatez, del “fair play”, esa cosa “british” más ruidosa que auténtica, y fácil de atribuir al comportamiento de ese finado estafermo al que algunos te comparan?
Aguirre, andamos escasísimos de y quemadísimos con el “nivel” promedio de nuestros políticos, gestores, timoneles. Si yo, y otros, cedemos a la buena voluntad y otorgamos un voto de paciente confianza, depositándolo sobre uno de vosotros… ¿te parecerán decentes, y no grotescas y bufonescas, la escenita de referencia y las torpes y desorientadas palabras con las que, sin éxito, pretendías disimular, rebajar el patinazo, diluir el borrón que en tu expediente grabarán a fuego tus numerosos adversarios, tus encarnizados detractores?
¿No lo viste, como Narcís el pianista, “de venir”?
¡Qué chasco, Esperanza, a pesar de tu nombre, de tus aciertos y tu acostumbrada firmeza, de tu condición de tuerta en un país de ciegos lamentables!    

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