domingo, 30 de marzo de 2014

... del cristal con que se mira. Y aun así...



Como una araña de mar de las algas móviles, la improbable reina del carnaval de Tenerife prodiga su oriental contoneo encima de la pasarela, donde exhibe ese atuendo tan aparatoso y barroco, tan prolijo y onírico que tardaremos en olvidar.
Este brillo, estos ruidos (el aplauso de los asistentes, la música de fondo) son, entre otras, las manifestaciones sensibles del momento.
Y, a pesar de ello, una preocupación invade su mente, ahora que el subsidio de desempleo está próximo a su fin: ¿encontrará, ingeniero técnico industrial, tres “masters”, un trabajo?
Cientos de miles, millones, tras largos años de estudio y abundantes gastos sociales y también privados, obtuvieron sus diplomas, sus títulos universitarios, todo ese prometedor lustre, toda esa tentadora apuesta de futuro.
¿Quién iba a querer aprender un mero oficio?
Los oficios, necesarios, a menudo indispensables, las personas que han aprendido a reparar un electrodoméstico, el motor de un auto, la grifería averiada, los que saben hacer el pan, reponer los cristales que rompió el golpe de viento, construir la mesa a medida, alicatar con nuevos azulejos el ya gastado cuarto de baño…
Los que te pondrán media suela y tacón en los zapatos.
¿Qué? ¿Arquitectos, economistas, abogados? ¿Solamente?
Ha convenido a los estados (¡LOS ESTADOS!) criar (con poco disimulo y, desde luego, suficiente tiempo) una ciudadanía ansiosa y subvencionada que en la misma proporción queda sujeta a las inercias y servidumbres del sistema. Doctrinas y lavados de cerebro han redondeado la faena. Lo llaman estado del bienestar, y es mucho más teórico y fantasioso que verdadero y posible.
El resultado es la cosa que conocemos y padecemos.
Así que cansa la retórica apenas digerida de las generaciones de nuestro tiempo más presente, renegando del sistema que por ejemplo les paga unos estudios y una formación con los que intentarán luego ganar dinerito y, si es posible, forrarse (no digáis que no, marrajos) en la vida real, cosa común y plausible, pero sin devolver lo más mínimo casi nunca, incluso largándose a otros países con la explicación de que aquí se les cotiza mal, para ejercer las profesiones cuyo aprendizaje hemos costeado con esfuerzo entre todos. Entre los que producimos y ponemos la pasta, vaya: la pasta para todo lo que se encarta, vía impuestos galopantísimos.
¿Qué tal si el que quiere un título universitario invierte en ese futuro como el que invierte en poner una relojería o un bar de ambiente andaluz?
Porque lo que se dice subvenciones y becas para todos y para todo, no hay.
La lista infinita de derechos, aspiraciones y hasta antojos, ¿con el dinero de quién y por qué deberá seguir pagándose?

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